sábado, septiembre 22, 2007

En torno al F11




Acabo de observar el vídeo de los “periodistas narrativos” dando sus apreciaciones para párvulos aplicados sobre lo que es periodismo narrativo. Y no entiendo el objeto de la discusión. Y mucho menos las quejas sobre galerías y museos donde asustan, o la nostálgica histeria por discusiones que de entrada sonrojan a cualquiera ¿buen arte vs arte contemporáneo?... ¿hippies pseudointelectuales recitando autores para confundir espectadores? ¿Críticos que “hablan mucho y no hacen nada”?

Para empezar no recuerdo haber leído nada de Truman Capote refiriéndose al “periodismo narrativo”. Lo que sí tengo claro es el término “novela real” que define en esa maravilloso prólogo de “Música para Camaleones”… quería realizar una novela periodística, algo a gran escala que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa, y la precisión de la poesía. Es una pena que tan selecto grupo de panelistas omitan la precisión de un término que acuñó Truman para definir su proyecto literario.

Pero la discusión parece dirigirse por otros caminos. Estamos ante un debate que se inicia con la respuesta de Guillermo Vanegas donde plantea el desequilibrio entre la calidad de los panelistas literatos, periodistas y científicos sociales y la nómina de invitados que trabajan en las artes visuales. Pues aquí es Troya y la calidad del debate desafortunadamente se vuelve un compendio de ataques personales. “Intelectuales desocupados” dice Fernando Gómez… “burócrata que asigna presupuestos” sentencia Hoyos, etc.

La segunda respuesta del provocativo malpensante finalmente aterriza los puntos en discusión: arte contemporáneo y arte soportado en formatos tradicionales como la pintura y la escultura. Acercando la lupa a este fenómeno pareciera surgir en algunos momentos la pregunta obligada: ¿Y por qué el debate? Son acaso excluyentes una pintura de caballete o unos trozos de metal tirados en una sala de galería, para adelantar preguntas pertinentes sobre lo contemporáneo? Sobre la condición humana en tiempos cyber tecnológicos, con apremiantes angustias ecológicas? Creo que no es excluyente cualquiera que sea el medio empleado para agitar determinada estrategia artística. Lo que si parece ser excluyente y hereditario de ideologías totalitarias es la presunción esencialista aplicada a un medio como el arte, para que no se convierta en “parásito de la literatura, de la filosofía, de la sociología, de la antropología y del activismo político.” Reducir el carácter multidisciplinario del arte actual a una mera actitud de parasitismo cultural niega de entrada algo que el mismo Hoyos defiende: “… preferimos una literatura invasiva, a la que le gusta meterse con muchos temas que le son aledaños.” Eso precisamente hace el arte contemporáneo: Invade otros terrenos en las que la actividad humana se expresa, para extraer de ahí las huellas y signos en los que es posible rastrear el complejo tramado sobre el cual experimentamos, sentimos y vivimos el mundo.

La especificidad del medio es un viejo debate que la vanguardia norteamericana en cabeza de Clement Greenberg dio en los años cincuenta y comprender estos procesos evolutivos del arte del siglo XX constituye un ejercicio básico para entender la dinámica de los comportamientos actuales del arte. El hecho de que determinadas manifestaciones del arte desafíen nuestra propia capacidad sensible, no desacredita de ninguna manera su validez. Nos volvemos clásicos en virtud de lo que rechazamos dijo alguna vez Susan Sontag. Para el caso del director Malpensante le vendría bien una dosis de temperancia a la hora de arremeter – cual Savonarola defendiendo las buenas maneras del arte – contra diferentes manifestaciones que constituyen precisamente una de las victorias del arte contemporáneo: su capacidad incluyente y su defensa de la tolerancia.

De nuevo nuestro Savonarola criollo cae en otro error, ó mejor, en otra ligereza filistea propia de espíritus apasionados pero poco cerebrales y es cuando afirma - como caperucita corriendo por la vereda – de que afortunadamente la pintura es pintura y de ahí no se extrae ninguna vocal dispuesta a construir un discurso a partir de las visiones que suscita el enigmático vocabulario del artista de las imágenes. Dice: … la pintura y la escultura no sirven para hacer literatura y que eso las hace únicas…


Dónde quedaría el brillante irlandés sin el retrato de Dorian Gray?

Cómo haría Henry Miller para que “The smile at the foot of the ladder” escrito para Fernad Léger fuera rechazado como texto introductorio sobre la serie del circo precisamente por inapropiado, es decir, porque rebasaba los presupuestos literarios esperados por Léger?, algo que nunca imaginó Miller que podría suceder a partir de las imágenes que suscitó la obra de Léger.

Hace pocos años circuló una película cuyo título en inglés es “Girl with the pearl earring” de la autora norteamericana Tracy Chevalier, llevada al cine por Peter Webber y que en su momento obtuvo tres nominaciones al oscar. Dejemos que sea la autora quien describa el proceso de gestación del libro: “La idea para esta novela llegó fácilmente. Estaba recostada en mi cama, preocupada por lo que sería la siguiente novela que escribiría (los escritores vivimos siempre preocupados por ello). Un afiche de Vermeer con “La joven del arete perlado” colgaba en mi habitación, como lo había hecho desde que tenía 19 años cuando descubrí por primera vez la pintura. Estaba ahí, sin hacer nada, contemplando el rostro de la jóven y pensé de repente: Qué le hizo Vermeer a la jóven para hacerla mirar como lo hizo? Ahí en ese momento descubrí que podía tener una historia que merecía escribirse! En el transcurso de tres días tenía la historia completa andando y sin mayor esfuerzo. Podía ver todo el drama y el conflicto en esa mirada sobre el rostro de la jóven. Vermeer había hecho el trabajo por mí ”…

Continuando con otro tema que aparece en ésta lista de opiniones, no entiendo muy bien el proceso que lleva a la desaparición de la crítica cuando se privatiza lo público. Esperemos que la brillante Catalina Vaughan desoville el ingenioso entuerto que ha sabido crear. Fácilmente se confunde crítica con comentario o análisis con opinión. De nuevo el manoseado y mil veces citado Walter Benjamin nos puede echar una mano en este caso: “Sólo con los románticos se afirmó definitivamente la expresión crítico de arte (Kunstkritiker) frente a la mas antigua de juez de arte (Kunstrichter) A través de la obra de Kant, el concepto de crítica había adquirido un significado casi mágico para la joven generación. Ser crítico quería decir impulsar la elevación del pensamiento sobre todas las ataduras hasta el punto de que, como por encanto, a partir de la inteligencia de lo falso de esas ataduras vibre el conocimiento de la verdad. En virtud de este significado positivo adquiere el proceder crítico una afinidad estrechísima con el reflexivo, y ambos se superponen”… La crítica es pues un espacio abonado para la reflexión y no un decálogo de sentencias concluyentes. De ahí que toda crítica deje abierto un espacio para el debate, un debate que nunca debe permitirse caer en el ataque personal o confundirse con el.

Del vasto material que circula en Esfera Pública muy poco se puede considerar material crítico y bastante eso sí, se convierte en simple repertorio de opiniones privadas. No por ello su labor deja de ser valiosa porque la altura del debate la da quien participa y no el espacio anfitrión.

No se debe esperar que quien pretenda batirse como crítico traduzca su labor en acciones concretas. Ya bastante tenemos que el objeto de su producción cumpla con un elegante papel reflexivo sobre las mercancías y acciones que el resto de actores adelantan en el escenario local del arte.

Si en los museos y las galerías asustan no es algo que deba preocupar al arte y sus productores. Ahí se ve reflejado un fenómeno que es casi universal frente al consumo de la producción contemporánea del arte. Alguna vez en el Instituto de Bellas Artes de Chicago adelanté una pequeña indagación a titulo personal con dos salas distintas. Una era la sala 136 del primer piso dedicada al arte contemporáneo, donde ubiqué una contundente y extraordinaria pieza de Eva Hesse realizada en 1966 titulada “Hang up”.

Esta obra me llamó poderosamente la atención porque ejemplificaba ese proceso que emprendió el arte al buscar desafiar los espacios propios del marco de la obra y liberar su búsqueda hacia la arquitectura externa del lugar de exhibición. Una especie de perspectiva y fuga a la inversa, hacia el punto de observación del espectador. El cuadro dejaba de ser el referente a observar, la ventana que el artista ofrecía al espectador, sino todo lo contrario, ese mundo para ver estaba acá, en el espacio físico y real en el que nos movemos como espectadores. Recuerdo que regresé a los pocos días y me quedé observado esta y otros obras de la misma sala por espacio de treinta minutos, en un día sábado de gran afluencia de público, más si tenemos en cuenta que por esos días el Artic se vanagloriaba exhibiendo una retrospectiva de Toulouse Lautrec. Pude contabilizar veintidós personas en esta sala que no pasaron más de dos minutos observando cada pieza, excepción de una obra de David Hockney que lograba retener más la atención del público, y de dos jovencitos (estudiantes de arte?) que miraron con enorme fruición una pieza de Richard Serra por más de cinco minutos.

Hice el mismo muestreo en la sala 213 del segundo piso donde se hallaba un cuadro soberbio del Tintoretto (Jacopo Robusti). Tintoretto es el otro gran maestro, junto a Tiziano, de la Escuela veneciana del Renacimiento italiano. Esta obra lleva por título “Tarquino y Lucrecia”, y esta fechada entre 1580/90, es un óleo sobre lienzo y mide 175 x 151.5 centímetros, y narra una historia muy interesante. Su argumento, basado en un hecho real, pone sobre la escena el ultraje físico hacia la mujer y cuestiona el modo en que –desde muy larga data– se ha culpabilizado a las víctimas. En los orígenes de Roma (Hacia el año 509 a.c.) una de las matronas más importantes y conocidas era la esposa de Colatino, una bellísima mujer llamada Lucrecia. Sexto, hijo del rey Tarquino el Soberbio, después de comprobar la belleza y la fidelidad de Lucrecia, esposa de su camarada de armas Colatino, se enamoró perdidamente de ella y una noche, atormentado por el deseo y la pasión no correspondida, pide ser hospedado y cuando Lucrecia duerme, se cuela en su habitación privada, antorcha en mano y espada en ristre, y si fuera necesario, forzándola a que se entregue.

Sorprendida en medio del sueño, Lucrecia resistió el asalto de su violador quien la amenazó con matarla y también matar a un esclavo, cuyo cadáver colocaría luego a su lado para aumentar la deshonra de su marido y su familia, si ella no aceptaba entregarle su cuerpo.

Ante tal amenaza, Lucrecia se sometió a Sexto, pero entregó su cuerpo sin disfrutar del acto, tal como lo demostraría a la mañana siguiente. En efecto, cuando todos estuvieron levantados la mujer reunió a los miembros de su familia, les relató lo que había ocurrido, admitió haber sido violada bajo amenaza y, como esta afrenta a su virtud era en extremo intolerable para una mujer noble, se suicidó delante de todos, atravesándose el corazón con un puñal. Ante lo sucedido, la familia de Lucrecia juró tomarse venganza por la afrenta, y esta venganza desencadenó una revuelta que culminó con la expulsión de Tarquino El Soberbio y la modificación del sistema de gobierno de la ciudad. En vez de un Rey vitalicio, los romanos decidieron nombrar dos magistrados de gobierno, los cónsules, y otorgarles autoridad temporal, solamente por un año, lo que significó la caída de la monarquía en Roma.

Tintoretto tuvo una especial predilección por las composiciones diagonales y en zigzag dentro de profundos espacios, (aunque en esta obra no podemos hablar de profundos espacios) así como por el carácter teatral de su iluminación y el dinamismo y pasión de su estilo. En esta obra podemos apreciar la maestría alcanzada por el maestro al abordar composiciones tan complejas como esta, en donde el manejo de la perspectiva, del escorzo, es impecable, demostrando un triunfo innegable sobre la técnica de la época. Esta obra de Tintoretto me lleva a reflexionar sobre las excelentes cualidades técnicas que manejaba el artista Renacentista. En el techné. Esa habilidad para representar en el plano bidimensional del lienzo las tres dimensiones de la realidad y que asociamos con las virtudes artísticas que entran en el repertorio de juicios, cuando consideramos que algo posee arte o que es una obra de arte. Me parece que en la pintura de esta época, además de las virtudes innatas, era necesario el manejo y aprendizaje de la técnica como un prerrequisito para darle forma a la expresión artística. El artista no solo pone en circulación emociones y narraciones públicas y privadas (en este caso una violación histórica y lo endeble que es la condición femenina de la época), sino que es un hombre tecnológico, en la medida que para hacer su representación requiere de los conocimientos que la ciencia de la perspectiva y que la representación tridimensional sobre dos planos había alcanzado en su momento (el famoso Trompe l'Oeil). El manejo de la luz, de los colores, de la anatomía, hacían del artista de esta época un cuerpo mediado por la tecnología y la urgencia emotiva por expresar sus emociones y pensamientos mas íntimos de su propio mundo y de su época. El hombre renacentista es en sí mismo la tecnología, su cuerpo mantiene latentes todas las extensiones que la promesa de la edad moderna se encargará de crear, desde la máquina de vapor, pasando por el teléfono, la cámara fotográfica, la televisión, etc., hasta los últimos ipods que la aventura contemporánea nos ofrece.
La sala contenía obras de diferentes autores Europeos del siglo XVI y XVII. Pude contabilizar que desfilaron por esa sala en treinta minutos mas de doscientas personas, con un promedio de tres minutos por obra.

Ahora bien, volvamos sobre la obra de la artista alemana. Eva Hesse nació en Alemania en 1936 y murió en Estados Unidos prematuramente en 1970.

En la ficha correspondiente a esta obra en el museo se lee “Durante su prolífica pero corta carrera, Eva Hesse jugó un rol importante en los movimientos artísticos como el arte “Procesual” y el de “anti forma” durante los años 60´s. En respuesta al reductivo formalismo de la escultura mínimal, Hesse exploró las posibilidades expresivas de la abstracción creando objetos emotivos, irónicos e incluso absurdos. Una escultura que habla de la pintura llamada Hang Up (Suspendido, 1966), resalta los aspectos mas marginales de una pintura – el marco – ignorando juguetonamente los medios inherentes a lo que es una representación bidimensional, al colocar una soga que sobresale torpemente dentro del espacio de la galería”. Esta artista fue pionera en el uso de materiales flexibles, blandos, excéntricos que pudieran ser sometidos a procesos de deformación como el latex, la fibra de vidrio y de esculturas expresivas e idiosincráticas, confiriéndole una gran importancia a los aspectos accidentales y poco controlados del proceso constructivo. Su escultura evoluciona hasta llegar a producir formas orgánicas, indeterminadas y ambiguas que establecen ciertas analogías con fragmentos del cuerpo humano. La escultora le confiere al material, una capacidad de autotransformación que no está relacionada con la manera tradicional de manipular los materiales para obtener un objeto escultórico. La forma final y definitiva se convierte en una búsqueda de la antiforma, entendido como proceso que no contiene en sí mismo un cierre definitivo, previamente determinado por el escultor, sino que la naturaleza plástica y transformable de los propios materiales, irá alterando, mediante sus características estructurales, combinadas con el efecto del azar, el grado de modificación autónoma que habrá de sufrir el propio objeto escultórico. Es decir, el artista propiciará procesos de descomposición y recomposición de los materiales, inducidos por la naturaleza y la estructura -deformable y transformable- presente en los materiales mismos. “Querría que mi obra encontrara su camino más allá de mis preconceptos. Lo que pretendo del arte es algo que eventualmente llegaré a saber. Pero mi obra debe ir más allá: de lo que sé y de lo que puedo saber”, decía la alemana Eva Hesse en 1969.

Muy bien, este pequeño recorrido visual, breve en el tiempo, inmenso en los años que abarca, desde finales de siglo XVI hasta comienzos de este siglo, nuestro siglo XXI, me permite retomar la pregunta qué es arte? Se entiende muy bien el concepto arte, desde la óptica de la pintura por un excelso representante de su época como lo fue el Tintoretto, y como ese mismo concepto, más de cuatro siglos después, es interpretado por una fiel exponente como lo es Eva Hesse. Por momentos llego a la conclusión de que el arte es esa pregunta que siempre nos sorprende sin respuestas definitivas. Qué situaciones puntuales ocurrieron en la vida del hombre, para que ese concepto del arte evolucionara tan radicalmente en apariencia, que ha convertido al arte contemporáneo en esa experiencia que a veces resulta tan desalentadora para el espectador actual?

Hay que añadir al ejercicio de observación que el promedio de edades sube cuando se trata de ver arte clásico, y baja notoriamente cuando de arte contemporáneo se trata, lo que puede inferir, aunque no lo pude comprobar, que las parejas jóvenes también pueden estar dentro de las contabilizadas observando arte clásico, mas no las parejas de adultos viendo arte contemporáneo. La pregunta entonces ya no es simplemente qué es arte, sino qué entendemos por arte?, qué entiende el crítico por arte?, qué entiende el estudiante de bellas artes por arte?, que entiende el espectador casual por arte?, que entienden las masas por arte? Qué entiendo yo por arte? Voy a terminar con unas bellas palabras del maestro Gombrich en su introducción a la Historia del arte:

“Los artistas eran en otros tiempos hombres que cogían tierra coloreada y dibujaban toscamente las formas de un bisonte sobre las paredes de una cueva; hoy, compran sus colores y trazan carteles para las estaciones del metro. Entre unos y otros han hecho muchas cosas los artistas. No hay ningún mal en llamar arte a todas estas actividades, mientras tengamos en cuenta que tal palabra puede significar muchas cosas distintas, en épocas y lugares diversos, y mientras advirtamos que el Arte, escrita la palabra con A mayúscula, no existe, pues el Arte con A mayúscula tiene por esencia ser un fantasma y un ídolo. Podéis abrumar a un artista diciéndole que lo que acaba de realizar acaso sea muy bueno a su manera, sólo que no es Arte. Y podéis llenar de confusión a alguien que atesore cuadros, asegurándole que lo que le gustó en ellos no fue precisamente Arte, sino algo distinto.

En verdad, no creo que haya ningún motivo ilícito entre los que puedan hacer que guste una escultura o un cuadro. A alguien le puede complacer un paisaje porque lo asocia a la imagen de su casa, o un retrato porque le recuerda a un amigo. No hay perjuicio en ello. Todos nosotros, cuando vemos un cuadro, nos ponemos a recordar mil cosas que influyen sobre nuestros gustos y aversiones. En tanto que esos recuerdos nos ayuden a gozar de lo que vemos, no tenemos por qué preocuparnos. Únicamente cuando un molesto recuerdo nos obsesiona, cuando instintivamente nos apartamos de una espléndida representación de un paisaje alpino porque aborrecemos el deporte de escalar, es cuando debemos sondearnos para hallar el motivo de nuestra repugnancia, que nos priva de un placer que, de otro modo, habríamos experimentado. Hay causas equivocadas de que no nos guste una obra de arte”. Y añadiría: Hay causas equivocadas para que no nos guste determinadas manifestaciones del arte contemporáneo.



Gina Panzarowsky