viernes, diciembre 25, 2009

Crazy little thing called paint

Los locos ven los colores, por eso los pintan

Ad Reinhardt

Hacia el final de su vida (1966), Ad Reinhardt concedió una entrevista a Bruce Glaser donde dijo: I'm merely making the last painting which anyone can make.[1]

Y en efecto, no parece que haya existido una evidencia tan clara de llevar a la pintura por unos acantilados tan extremos como la que adelantó AR parapetado en una producción crítica muy interesante. Se convirtió en profeta de sí mismo.

Los dogmas de AR fueron la defensa del arte por el arte, donde cualquier cosa ajena al mismo arte estaba por fuera de los objetivos. En una suerte de tautologías poco claras pero válidas en los riesgos que asumió, dejó al arte tan desnudo que las pinturas negras fueron la síntesis elevada en la que sus estrategias fundamentales encontraron respuesta.
Para el público ocasional la obra de AR no le dice nada. Para aquellos que encontramos en los postulados de AR una inquietante luz arrojada a las cavernas de la vida visual contemporánea, su obra produce un placer extraordinario, un placer que algunos pretenden homogenizar exclusivamente en las esperanzas que la pintura aspira ofrecer en su obstinada carrera de supervivencia.
Ese placer puede residir - como posibilidad - precisamente en ese carácter final con que las pinturas negras reciben al espectador, donde con dificultad hay algo que ver.
El gran problema de cómo vemos la pintura y cómo queremos verla reside en ciertas pretensiones cargadas de un historicismo grosero, que pretende ubicar los lugares del placer por fuera de las más radicales manifestaciones del arte contemporáneo. Para algunos la lógica sensual permanece inamovible, involucionada y confundida en los códices de los Savonarolas que gobiernan en las instituciones del arte actual. La verdad dudo que existan tales personajes dotados de tales poderes.
El pintor de hoy, si es honesto, vive traspasado por una suerte de condena intemporal que pende sobre su cabeza. Armado de su cajita de telas, pinceles y colores pretende dar testimonio feliz de un mundo que se mueve entre las máquinas inteligentes y un tiempo que pasa tan raudo que no le ofrece oportunidad de capturarlo. Su validez reside en la capacidad de articular discurso desde el poder de las imágenes estáticas, enfrentado a un universo que habla, dialoga, comunica y transmite todo un sentido del ser y la naturaleza mediante el metralleo incesante de mensajes que se suceden uno tras de otro, más allá de cualquier instante para la brevedad ensoñadora que produce la imagen artesanalmente congelada.
La pintura sigue siendo sin embargo, un buen negocio. Botero podría parafrasear a AR y decir que es el lado espiritual de los negocios. Su existencia se debe al mercado. Los espacios arquitectónicos están hechos para recibir bastidores con telas coloridas que se ajustan perfectos sobre las paredes. Algunos pintores contemporáneos son conmovedores. Son capaces de testimoniar desde la pintura unos discursos privados que devienen en sistemas simples que aguantan la mirada crítica por algunos días, antes que vuele en trizas la elocuencia del discurso visual o conceptual que pueda soportarlos. La pintura cada vez se parece más a una especie en vías de extinción. No es motivo de alegría, pero como con cualquier especie viva en vías de extinción, no soporta el agite predador de la tecno cultura que inunda al planeta con residuos binarios cuya lógica contiene un sentido de auto destrucción que cualquier cyborg sabe presentir.
Seguramente cuando el planeta azul se ahogue en su propio vómito apocalíptico, las naves nómadas de alguna tribu cyborg llevarán como trofeo de la antigua civilización una pintura como recuerdo.


Gina Panzarowsky
Galaxia Blogotana

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