viernes, diciembre 25, 2009

Los penetrados (Sex in the gallery)

La sexualidad es un laberinto que desborda la razón, donde las experiencias por fuera de la norma siguen ocupando un espacio que la cultura del control persiste en dominar, delimitar su circulación y legislar mediante técnicas de sexismo interiorizado y cuidadoso manejo del lenguaje que señala, sanciona y condena en el propio espacio público, impidiendo la construcción de un discurso libre en torno al complejo mundo erótico.

Los hombres cuidan sus culos como en un tiempo las mujeres cuidaban su virginidad. Aunque el octeto representado por el artista Santiago Sierra pasa por las diferentes variaciones de género y raza en encuentros monógamos tipo anal, es indudable que la carga extrema recae en la sumisión de blanco - negro y negro – blanco, porque el sometimiento femenino es un cuento viejo donde las mujeres aún seguimos perdiendo la batalla, como en una colonización eterna de un poder difícil de arrebatarle a los hombres.

Para el género femenino la sodomía ha formado parte de su repertorio por voluntad propia ó solicitud unilateral del macho dominante. Alguna vez una amiga me comentaba lo sorprendente que fue - al inicio de la vida sexual con su esposo - entender los pedidos de su marido para que le permitiera acceder a este tipo de privilegios. Finalmente aceptó - con mucho dolor - creyendo que en su marido algo no funcionaba muy bien. Años más tarde, cuando su vida sexual se amplió al mundo de los amantes que llegan después de un divorcio, descubrió que era una práctica y una solicitud común del género masculino. La mayoría de mis amigas han tenido sexo anal pero pocas han aprendido a descubrir los placeres que se pueden esconder en este tipo de experiencias sexuales. La conclusión que tengo es que es más una concesión que hacen en aras del altar supremo de la convivencia antes que un placer mutuo.

En el caso de los hombres la situación es compleja. Me parece que existen varias acepciones para el penetrado, es decir, el marica: Una es el gay declarado quien disfruta el sexo anal con su pareja, otra es el hombre de la vida cotidiana quien por infortunio sufre un revés en sus propósitos (un mal negocio por ejemplo): eso es mucho marica!!!! ó se lo culiaron, no? con toda la fuerza de la exclusión, el rechazo y la recriminación que la etiqueta implica, es decir, tener sexo anal para un hombre no necesariamente homosexual determina un acto de sumisión y debilidad, comparable a la condición del estúpido y los estúpidos y los débiles no forman parte del club de los ganadores con que la sociedad parcela a los individuos.

Y digo no necesariamente homosexual porque dentro del repertorio anal, por ejemplo el annalingus, puede constituir para el hombre masculino hetero una fuente interesante de placer sin que la culpa le lleve por los caminos de la auto presunción homosexual. Las intimidades de mis amigas hablan de hombres que piden a gritos estas afinidades electivas cuando la mujer sabe entender que complacerlo no es sinónimo de inversión sexual.

Dentro del lenguaje incorrectamente político las jovencitas hoy en día se apropiaron del término, desconociendo su evolución y como una manera de alcanzar status de poder mediante el uso del lenguaje dominante, es decir, incluyendo estas maneras discriminantes creadas por el género masculino con el objeto de condenar aquellas prácticas sexuales por fuera del orden establecido y convirtiendo el término en un sinónimo de debilidad y sometimiento. En estos casos la famosa “penetrada”, es decir, la maricada, ha pasado a convertirse en una inofensiva expresión que acompaña el saludo: Hola marica, dónde anda?... Diríamos que poco a poco va perdiendo su connotación de sanción y discriminación para convertirse en un vocablo desprovisto de su uso histórico.
Sin embargo, en una pelea entre varones castos y hetero, el mejor insulto empieza por decir: pedazo de marica!!! Con el tono y el timbre adecuado sirve para que cualquiera sienta que su condición está en entredicho y eso dispara una puesta en escena de todo un arsenal simbólico que pone a temblar las presunciones de lo que es ser un hombre hetero (clásico macho latino), con las güevas bien puestas y que piensa que su compañera es solo una masa corporal que debe saber abrir sus piernas – y su culo también - para recibir la garrocha sin importar lo que pueda sentir.

En el sexo anal se da una condición clara de dominio y sumisión, al menos es la lectura literal que hace el vulgo, apropiándose de la metáfora para incrustarla en el lenguaje cotidiano como un elemento clave de discriminación social, cultural y sexual, porque revive viejas teorías económicas respecto del papel que jugamos en la sociedad. Y ya no hablo en este caso del sexo compartido, que se enriquece con experiencias de este tipo entre dos adultos concientes cada uno del placer que el otro le puede brindar, sin importar cual medio se esté empleando para tal fin. Hablo de sexismo, economía de discriminación y explotación y cultura del castigo mediante el lenguaje cotidiano.

Desde el punto de vista de condena respecto de aquellas formas sexuales que escapan a los dictados sociales, el deseo encuentra aquí una situación que desafía las categorías en las cuales la sociedad pretende ubicar al individuo. Pero en las relaciones económicas, mediadas por el poder y el dinero, se puede decir de alguna manera que todos vivimos dando culo. La metáfora del vulgo alcanza una reivindicación positiva, en la medida que no discrimina un acto sexual sino que define una presunción respecto de amplios grupos sociales que antagonizan con elites superiores en condiciones asimétricas.

En el caso del lenguaje cotidiano percibo siempre un tufo sexista, porque mediante este tipo de prácticas, el censor anónimo encuentra siempre maneras de llamar al orden y juzgar a quien considere se sale de los parámetros sociales establecidos. En este tipo de enunciados se puede encontrar los refinamientos extremos que maneja el auto control social regresivo, dictado por unos poderes fácticos que acostumbran regular la vida cotidiana del hombre público. Fácilmente los censores anónimos confunden identidad sexual con comportamiento sexual.

El espacio público sigue siendo un lugar bastante controlado en materia sexual. Su menú es un repertorio mínimo de posibilidades disfrazadas que buscan la oscuridad del bar para dejar ver el rostro detrás de la máscara. En Colombia el movimiento feminista es mínimo. Si miramos el arte las mujeres se destacan por hacer una obra que cumple con los cánones del género dominante, aunque existen manifestaciones privadas de arte feminista sin ancla en ninguna esfera. El movimiento gay/lesbiano, a pesar de ser fuerte en la comunidad artística tampoco es reivindicativo de una esfera que siente, vive y piensa por fuera de la cultura heterosexual- monógama - homofóbica imperante, ni hablar de que la bisexualidad simplemente no existe en los espacios de la cultura sensible. La inserción de las identidades sexuales alternativas en el espacio público es una tarea tan lejana y tan poco discutida, que movimientos revolucionarios como la guerrilla ni siquiera considera en su agenda. Ideológicamente en materia sexual se pueden sentar al lado de los curas. Este panorama constituye un verdadero atraso a pesar de avances extraños como son los famosos centros LGBT.

No sé cómo pueden convivir formas de pensar tan disímiles en un mismo proyecto artificialmente construido desde el estado. Los unirá la sensación de formar parte de una minoría sexual perseguida y discriminada?

En materia sexual – penetrados y no penetrados – la vida contemporánea en las sociedades en tránsito parece un lugar gris. Un lugar gris que se añade a la lista de situaciones que hacen irrespirable el paisaje de la vida pública, como la violencia armada que – por ejemplo – desde el estado se insiste unilateralmente en darle tratamiento militar a un conflicto que tiene su nicho de complicidad en cada uno de nosotros, en la medida que no existe ninguna articulación de otras miradas y otras alternativas desde la fanfarrona sociedad civil. Pero igualmente la democracia sigue siendo un remedo de participación social. Como buenos sodomitas pasivos, asistimos al festín de convertir en figuras públicas con enorme poder de decisión a unos cuantos ciudadanos quienes mediante el voto, apenas son designados, olvidan sus compromisos con la base electoral si es que ella existe. Esa es la democracia, una sutil manera que inventó la modernidad y su casta promotora - la burguesía - para legitimar el poder del corporativismo global que define y construye los paradigmas a imitar que – como apéndice agregado del valor - la cultura del entretenimiento inventa y legitima. Y así seguimos, abriendo las piernas en un ritual que no es de placer sino de sometimiento.


Gina Panzarowsky
Galaxia Blogotana

1 comentario:

julia dijo...

Gina que verso más nutridamente gustoso. Me pareció muy bueno el artículo, sabes más sobre artistas colombian@s que trabajen desde esta temática, especialmente feministas?. Te mando mi web
www.malignasinfluencias.com me encantaría un parafraseado tuyo, saludos desde chile